martes, diciembre 03, 2013

Brisa Decembrina

Salió, pues, abrumado por aquella demencia, dejando tras de sí la puerta de su casa aún vibrando. Ni siquiera se había tomado el tiempo de apagar su computadora. Sólo resolvió el tomar su bufanda, pues Diciembre había entrado, con ganas.
Deambuló por aquellas calles, que de niño le resultaban tan familiares y conformaban su diario caminar, ahora totalmente desiertas. No pudo el espíritu pre navideño, ese que las tiernas luces cayendo desde los techos de las grandes casas, los pinos soberbios que se asomaban desde los ventanales de los hogares donde viven las familias mejor acomodadas y los arreglos navideños decorando las puertas que daban ya la bienvenida a tan despilfarrante mes, se desgastaban por anunciar. Tampoco el constante repicar de las campanas de la parroquia, anunciando a los feligreses su retraso para el rosario del docenario de la Virgen. Ni siquiera la fresca brisa con la que el otoño suele despedirse, aunque él en particular la encontraba por demás congelante, pero que a la gente de la ciudad le incitaba a salir a las calles, contrario a lo que pasaba en el prologando verano en la región, a conversar de las desgracias ocurridas durante la jornada, de los rutinarios desvaríos cometidos por los políticos locales, de los calientitos chismes que abundan en las colonias donde los habitantes se conocían tan bien y de los achaques y dolencias de edad, acompañando la charla, claro, por un buen café, que en cualquier otro mes del año era una locura, incluso a tan avanzadas horas de la tarde. Todo apuntaba a que era época de gozo, felicidad y júbilo, excepto por los residentes de aquella desierta colonia.
No le disgustaba, en absoluto, que las calles estuvieran tan tristes y desoladas. En otro tiempo, durante sus años mozos, le encantaba caminar por las banquetas con mayor concurrencia, encontrarse con el tumulto, saludar con una sonrisa a conocidos y extraños que se le cruzaran por el camino. Mas no era así. Su sonrisa había girado 180 grados, desbordando su negatividad a quien quiera que la apreciara. El vecindario era, pues, una metáfora de su alma. Pareciera que el cielo le había asistido en ese paseo, donde lo único que quería era estar solo. Júpiter, benevolente, fue su único acompañante durante el andar.
Su caminar, apresurado y constante, fue interrumpido cuando oyó que una mirada le hablaba. No sólo sus oídos fueron capaces de escuchar la muda voz de aquella clandestina chica. También su nariz fue capaz de reconocer aquel olor que en otro tiempo le resultaba tan dulce como la menta, tan penetrante como el incienso y tan adictivo como la marihuana, pero que ahora le encontraba más repudio que al azufre que usaban en laboratorio. Su lengua, aunque más distante, recordó los sabores pasados, tan dulces como la miel, esa probada de cielo que tuvo en sus boca, ese fruto que sus labios tuvieron el placer de degustar, y que ahora le imaginaba con más odio que el café que servían en su escuela. Inclusive sus manos, y toda su piel, empezaron a temblar con la añoranza del ayer, donde recorría cada pómulo de su cuerpo, y ella a su vez palpitaba por el simple roce de las yemas de sus dedos y ensordecía la habitación entera por el constante gemido del placer, mas fue prontamente disipado al volver a la realidad, al entender que su fría y áspera piel no cambiaría jamás, mucho menos en fechas decembrinas.
Y es que sabía, por más consciente que fuese de la adversidad que su furtiva relación representó en la vida de ambos, y que por más que pasaran los años traería sólo ruina a sus futuros, como lo hizo con su reciente pasado, que en sus propios ojos se encontraba el punto ciego de su vigilancia, donde todas las murallas de resistencia se desmoronaban ante su explosiva presencia, y el único hueco que la conciencia había dejado de la barrera que había establecido para proteger a los sentimientos.
—Eres tan predecible, niño bueno — susurró aquella voz, escondida aún detrás de los grandes encinos que decoraban el perímetro del parque que solían ellos visitar, y que ahora era lugar y motivo de su reencuentro.
La bomba había explotado ya en su interior. Por defensa propia, más que por convicción, atinó en girar la vista hacia ella.
—No ocupas fingir — musitó aquella voz, que había salido ya de la trinchera, dispuesta a atacar.
—¿Qué coños quieres aquí? — interpuso él, con una bien disimulada desesperación, que pretendía hacer pasar por indiferencia — Apenas termina el semestre, ¿y ya regresas de Monterrey?
—Tranquilo. Apenas hoy llegué, y me moría por ver a mis viejos amigos
—¿Amigos? La última charla que tuvimos me dejaste muy claro tus preferencias, tus prioridades y tu visión acerca de mí. Luego, en nuestro último encuentro, me hiciste ver que podemos ser cualquier otra cosa, nunca amigos.
Un silencio prologando se apoderó del ya muerto parque. Él, a la vez que limpiaba sus lentes, exagerando su incredulidad, recorría su cuerpo de pies de cabeza, justificado por el período tan extenso en el que se habían distanciado, pero poniendo especial atención en ese escote tan pronunciado que últimamente, y lo sabía por sus fotos publicadas en su perfil, le gustaba usar. Además, parecía que la chica no veía la televisión, o que ni siquiera se preocupaba de modo alguno por consultar las noticias, que con tanta insistencia habían prevenido a la población de que tomase precauciones ante el frente frío. Temeraria y rebelde, como ella sola, hacía alarde de su figura, y portaba un diminuto pantaloncillo, que dejaba a la intemperie sus trabajados muslos.Su cuerpo, definitivamente, se había desarrollado. Ya no era el de la niña mala que años atrás le había causado tantos desvelos. Más mujer que antes, y más fría que ayer.
Ella, por su parte, disfrutaba la ansiedad con la que sus ojos la tocaban, más que por placer, por mera vanidad. Se reía en su cara, aunque él no lo advertía, por el dominio que aún representaba ante él, y por la flaqueza que mostraba ante sus encantos.
— Sigues siendo igual de hipster — interrumpió, a fin de que los ojos del chico regresaran a su mirada — ¿no te da calor con esa bufanda puesta?
—En verdad tengo frío — replicó él —. El salir a la calle para mí en estas fechas representa un tormento tremendo. Un corazón tan cálido, un alma tan ferviente y una determinación infantil se ven derrocado ante las más mínima brisa decembrina. Quizá para ti, una persona tan frívola, le resulte la fecha idónea para merodear por las calles de esa manera. Disfrutas el frío, pues es el lugar donde te puedes mostrar tal como eres.
—Mi casa, como ya lo sabes, está a dos cuadras. Vamos, te ofreceré el calor de hogar, ese que tu cuerpo me pide a gritos — le dijo, mirándolo como a un perro callejero, pero con unos ojos que le hacían recordar la pasión pasada. Sabía que esto no iba a acabar bien, mas cuando pudo recobrarse del éxtasis, ya estaba siendo jalado del brazo por su niña mala.

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