sábado, abril 26, 2014

Arroba

La RAE, para bien o para mal, funge como la máxima autoridad en lo que a la regulación de la lengua española refiere, siendo así pilar en la cultura de todo hispanohablante. Si bien es cierto que en ella podemos encontrar las reglas a seguir para una correcta utilización de tan nutrido idioma como el nuestro, es bien sabido que somos nosotros mismos, sobre todo en los últimos años, los que vamos desarrollando los estándares de nuestro léxico, de los cuales se tienen como ilustración los participios "imprimido", "freído", "proveído", entre muchos otros ejemplos de palabras que se han incluido a lo largo de los años. No obstante, hay una costumbre muy divulgada en la actualidad: el uso del símbolo '@' para incluir ambos géneros de un sustantivo en la misma oración, a lo que la RAE dice al respecto:


« 2.2. Para evitar las engorrosas repeticiones a que da lugar la reciente e innecesaria costumbre de hacer siempre explícita la alusión a los dos sexos (los niños y las niñas, los ciudadanos y ciudadanas, etc.; → 2.1), ha comenzado a usarse en carteles y circulares el símbolo de la arroba (@) como recurso gráfico para integrar en una sola palabra las formas masculina y femenina del sustantivo, ya que este signo parece incluir en su trazo las vocales a y o: l@s niñ@s. Debe tenerse en cuenta que la arroba no es un signo lingüístico y, por ello, su uso en estos casos es inadmisible desde el punto de vista normativo; a esto se añade la imposibilidad de aplicar esta fórmula integradora en muchos casos sin dar lugar a graves inconsistencias, como ocurre en Día del niñ@, donde la contracción del solo es válida para el masculino niño. »

Diccionario Panhispánico de Dudas, donde se encuentra la información completa referente a los géneros:

Sin contar el hecho de que hay sustantivos donde es inadmisible esta práctica, de modo que su ventaja gráfica es ineficiente, tales como español y española, caballo y yegua,  por poner algunos ejemplos.
El uso del arroba, sobre todo con el desarrollo de las nuevas tecnologías, se ha visto incrementado. Uno de los casos donde es más utilizados es en las direcciones de correo electrónico, donde el '@' indica el dominio del usuario, por su pronunciación en inglés (at ). ¡Cuánto me gustaría escuchar a alguien pronunciar "l@s mexican@s"! 
No es cuestión de machismo, simplemente lo contempla de ese modo la lengua, al menos hasta el día de hoy. Quizá más adelante se dé una nueva regulación, que resuelva todos esos inconvenientes y limitantes de nuestro rico idioma. Mas espero que no tenga que ver en absoluto con el arroba.
Es internet, y cada quien es libre de publicar lo que quiera, y de escribir como quiera. Lo preocupante es que ciertas costumbres trasciendan de los bits y se vuelvan parte de la vida diaria. Además, no soy experto en la materia ni mucho menos, sólo expreso lo que considero correcto. En lo personal, no me gustaría ver a un profesionista escribiendo de esa sórdida manera. 
Si, como yo, te consideras un Grammar Knight, compártelo a aquellos anarquistas que osen realizar semejantes inmoralidades.

sábado, abril 19, 2014

Y muchos otros signos del enamoramiento

La brisa acariciaba su ya alborotado cabello. La arena, cama natural por excelencia, les ofrecía tan anhelado reposo. Reposo por el que habían esperado desde inicios de semestre. Y, al fin, con tantísimas trasnochadas acumuladas y muchas más tazas servidas, se verían recompensados.
La imprudente sal jugueteaba entre las mejillas de ambos, osando regular la dulzura propia de la situación, añadiéndole pues un poco más de sabor a los exquisitos besos que figuraban en el centro de aquel crepuscular espectáculo.
– Deberíamos de tomar café un poco más seguido, ¿no crees? – susurró la pelirroja al oído del joven, no tanto por seducción como por eludir el rugido de las olas, dominante de aquella bahía.
– Me encantaría la idea, – respondió éste a brevedad.
– ¿Ah sí? ¿Cómo por qué?
– ¿Qué mejor que hacer lo que más te gusta con la persona que más te gusta?
Aun cuando no era la primera vez que lo conseguía, logró que sus cachetes combinaran con el brillante tono de su cabellera. Algo que, aunque no lo expresare, le volvía loco.
–  Entonces – logró reponer ella, después de recuperar el aliento – ¡tomemos café todos los días! En el desayuno y a media mañana, de nuevo. Para bajar la comida, como "tus francesitas" acostumbran hacerlo. A media tarde, mientras nos sentamos en la banqueta, y en la noche, para descansar plácidamente.
– Me encantaría, princesa, pero creo que no será posible. No me gustaría que entrases en el vicio – replicó, mientras le besaba su frente en señal de ternura.
– ¿Y por qué no quieres enviciarme? – protestó, cuan infante arremete contra el adulto que le niega el permiso de salir a jugar con sus amigos.
– Porque quiero ser tu único vicio. Ser el único que te quite el sueño. Ser yo quien te ponga a temblar cuando me encuentre ausente...
– Pero, si ya lo eres – callándolo con un beso, y cerrándole su pensamiento con un abrazo tan prolongado como duró el Sol esconderse, quizá con la intención de quedarse solos.
Se perdió su vista en el inmenso mar, recordando así cómo se había encontrado perdido esos días en los que quedase sin su chica, sumergido en aquel océano de soledad, en la penumbra de la duda, y sin su aire necesario para respirar.
– Hasta para dormir me haces falta – continuó, tras volver en sí de aquel viaje al pasado inmediato – Te llevaste contigo mi calma, mi sueño y mi reposo. Y, en cambio, me dejaste un gran insomnio. Ésto, y muchos otros signos del enamoramiento.
– Déjate de tonterías – replicó ella, callándolo de nuevo –. Levántate, quiero mostrarte un lugar.
Tomándole ambas manos, lo jaló mientras caminaban por la orilla de la playa, cuyo frío se iba haciendo imperceptible para ellos a medida que sus miradas se cruzaban. Porque todos saben lo que significa que dos enamorados se miren frente a frente y los efectos secundarios que acarrea. Sus ojos se encontraban encendidos, iluminando, como siempre, el camino del otro sobre la intrincada arena. Faltaba poco para llegar, y ambos sabían lo que iba a pasar.

sábado, diciembre 28, 2013

¿Que no somos iguales? ¿Qué nos importa?

Como es mi costumbre, mientras caminaba esta mañana sabatina con mi compañero del trabajo, platicábamos de ti. Tal como suelo hacerlo, le numeraba una a una tus características, tan peculiares, que te hacen única. Al menos para mí.
Fue inevitable la pausa que hacía en mis narraciones, acompañadas de una risa nerviosa, provocada por el contraste entre nosotros dos, y que son motivos de duda en tu sentir.
La gente pensará que no es sólo la distancia la que separa tus manos de las mías, que es evidente la diferencia no sólo en nuestras respectivas geografías, hasta tú habrás osado en pensar que nuestra atracción no superará a tan grande espacio que se encuentra entre nuestros cuerpos. Mas resulta, y hoy me di cuenta mientras agitaba por mera manía mi taza, que son esas discrepancias las que nos tienen tan unidos.

No le importa a la Luna ser tan diferente de las miles de estrellas, carente de luz propia y de una constitución físicamente tan contrastante a ellas, para arriesgarse a pintarse noche tras noche en el lienzo celeste y así ofrecernos una verdadera obra de arte, tan única en el cenit. ¿Por qué pues ha de preocuparnos, que tú, amante de las multitudes, seas ahora tan amante mía, de aquel que aprecia la soledad nocturna, el resaltar de los demás? Déjame ser tu Luna, que refleje tu natural brillo, iluminando con mi inspiración a quienes se encuentran en la noche del amor.

Y si el café se mezcla con el azúcar para ofrecer una bebida milenaria, ¿por qué no juntar mi amargura con tu dulzura y beber juntos de semejante elixir de inmensurable felicidad, que nos ofrece el amor como antioxidante supremo y promete mantenernos jóvenes con su frescura?

Son esos contrastes, como el cálido café que cobija una fresca noche de invierno, los que hacen que sea más fácil y agradable vivir. Te hallo ese complemento que a gritos han pedido mis manos, y a latidos mi corazón. Déjame que embone esa pieza que le falta a tu rompecabezas de la vida, y descubras así la maravilla del amor.

sábado, diciembre 07, 2013

El tren del olvido

—¡Espera! —
gritó mientras se alejaba en el férreo camino
el joven quedó parado, cayendo en el abismo
sus ilusiones y sus fuerzas ahora ha perdido.

—¡Espera! —
soltando de sus manos aquel poema
mientras corría de la estación fuera
sin importarle que de sus ojos lágrimas cayeran.

Y el tren se va, se va sin más,
llevando en él su felicidad
Y el tren se va, se va sin más
llevando a la chica que amó como a nadie más.

Y el tren se va, se va sin más
su historia se empieza a evaporar
junto con las promesas de fidelidad
y el humo todo se ha de disipar.

—¡Espera! —
la gente comenzó a escucharle
su llanto, motivado por el amor que lograron darse
a sabiendas que ella no habría de quedarse.

—¡Espera! —
el tren no se detendría por mucho que pidiera
pues llegaba tarde, de mudarse ya hora era
y la universidad, en la capital, a la señorita espera

Y el tren se va, se va sin más
la dulce chica ya no esperará
Y el olvido, ella piensa, con el tiempo vendrá.
pues el amor a la distancia no superará

Y el tren se va, se va sin más
él el regreso día y noche vigilará
su padre quieren que ellos no se vean jamás
pero su amor al tren del olvido supera en velocidad.

martes, diciembre 03, 2013

Brisa Decembrina

Salió, pues, abrumado por aquella demencia, dejando tras de sí la puerta de su casa aún vibrando. Ni siquiera se había tomado el tiempo de apagar su computadora. Sólo resolvió el tomar su bufanda, pues Diciembre había entrado, con ganas.
Deambuló por aquellas calles, que de niño le resultaban tan familiares y conformaban su diario caminar, ahora totalmente desiertas. No pudo el espíritu pre navideño, ese que las tiernas luces cayendo desde los techos de las grandes casas, los pinos soberbios que se asomaban desde los ventanales de los hogares donde viven las familias mejor acomodadas y los arreglos navideños decorando las puertas que daban ya la bienvenida a tan despilfarrante mes, se desgastaban por anunciar. Tampoco el constante repicar de las campanas de la parroquia, anunciando a los feligreses su retraso para el rosario del docenario de la Virgen. Ni siquiera la fresca brisa con la que el otoño suele despedirse, aunque él en particular la encontraba por demás congelante, pero que a la gente de la ciudad le incitaba a salir a las calles, contrario a lo que pasaba en el prologando verano en la región, a conversar de las desgracias ocurridas durante la jornada, de los rutinarios desvaríos cometidos por los políticos locales, de los calientitos chismes que abundan en las colonias donde los habitantes se conocían tan bien y de los achaques y dolencias de edad, acompañando la charla, claro, por un buen café, que en cualquier otro mes del año era una locura, incluso a tan avanzadas horas de la tarde. Todo apuntaba a que era época de gozo, felicidad y júbilo, excepto por los residentes de aquella desierta colonia.
No le disgustaba, en absoluto, que las calles estuvieran tan tristes y desoladas. En otro tiempo, durante sus años mozos, le encantaba caminar por las banquetas con mayor concurrencia, encontrarse con el tumulto, saludar con una sonrisa a conocidos y extraños que se le cruzaran por el camino. Mas no era así. Su sonrisa había girado 180 grados, desbordando su negatividad a quien quiera que la apreciara. El vecindario era, pues, una metáfora de su alma. Pareciera que el cielo le había asistido en ese paseo, donde lo único que quería era estar solo. Júpiter, benevolente, fue su único acompañante durante el andar.
Su caminar, apresurado y constante, fue interrumpido cuando oyó que una mirada le hablaba. No sólo sus oídos fueron capaces de escuchar la muda voz de aquella clandestina chica. También su nariz fue capaz de reconocer aquel olor que en otro tiempo le resultaba tan dulce como la menta, tan penetrante como el incienso y tan adictivo como la marihuana, pero que ahora le encontraba más repudio que al azufre que usaban en laboratorio. Su lengua, aunque más distante, recordó los sabores pasados, tan dulces como la miel, esa probada de cielo que tuvo en sus boca, ese fruto que sus labios tuvieron el placer de degustar, y que ahora le imaginaba con más odio que el café que servían en su escuela. Inclusive sus manos, y toda su piel, empezaron a temblar con la añoranza del ayer, donde recorría cada pómulo de su cuerpo, y ella a su vez palpitaba por el simple roce de las yemas de sus dedos y ensordecía la habitación entera por el constante gemido del placer, mas fue prontamente disipado al volver a la realidad, al entender que su fría y áspera piel no cambiaría jamás, mucho menos en fechas decembrinas.
Y es que sabía, por más consciente que fuese de la adversidad que su furtiva relación representó en la vida de ambos, y que por más que pasaran los años traería sólo ruina a sus futuros, como lo hizo con su reciente pasado, que en sus propios ojos se encontraba el punto ciego de su vigilancia, donde todas las murallas de resistencia se desmoronaban ante su explosiva presencia, y el único hueco que la conciencia había dejado de la barrera que había establecido para proteger a los sentimientos.
—Eres tan predecible, niño bueno — susurró aquella voz, escondida aún detrás de los grandes encinos que decoraban el perímetro del parque que solían ellos visitar, y que ahora era lugar y motivo de su reencuentro.
La bomba había explotado ya en su interior. Por defensa propia, más que por convicción, atinó en girar la vista hacia ella.
—No ocupas fingir — musitó aquella voz, que había salido ya de la trinchera, dispuesta a atacar.
—¿Qué coños quieres aquí? — interpuso él, con una bien disimulada desesperación, que pretendía hacer pasar por indiferencia — Apenas termina el semestre, ¿y ya regresas de Monterrey?
—Tranquilo. Apenas hoy llegué, y me moría por ver a mis viejos amigos
—¿Amigos? La última charla que tuvimos me dejaste muy claro tus preferencias, tus prioridades y tu visión acerca de mí. Luego, en nuestro último encuentro, me hiciste ver que podemos ser cualquier otra cosa, nunca amigos.
Un silencio prologando se apoderó del ya muerto parque. Él, a la vez que limpiaba sus lentes, exagerando su incredulidad, recorría su cuerpo de pies de cabeza, justificado por el período tan extenso en el que se habían distanciado, pero poniendo especial atención en ese escote tan pronunciado que últimamente, y lo sabía por sus fotos publicadas en su perfil, le gustaba usar. Además, parecía que la chica no veía la televisión, o que ni siquiera se preocupaba de modo alguno por consultar las noticias, que con tanta insistencia habían prevenido a la población de que tomase precauciones ante el frente frío. Temeraria y rebelde, como ella sola, hacía alarde de su figura, y portaba un diminuto pantaloncillo, que dejaba a la intemperie sus trabajados muslos.Su cuerpo, definitivamente, se había desarrollado. Ya no era el de la niña mala que años atrás le había causado tantos desvelos. Más mujer que antes, y más fría que ayer.
Ella, por su parte, disfrutaba la ansiedad con la que sus ojos la tocaban, más que por placer, por mera vanidad. Se reía en su cara, aunque él no lo advertía, por el dominio que aún representaba ante él, y por la flaqueza que mostraba ante sus encantos.
— Sigues siendo igual de hipster — interrumpió, a fin de que los ojos del chico regresaran a su mirada — ¿no te da calor con esa bufanda puesta?
—En verdad tengo frío — replicó él —. El salir a la calle para mí en estas fechas representa un tormento tremendo. Un corazón tan cálido, un alma tan ferviente y una determinación infantil se ven derrocado ante las más mínima brisa decembrina. Quizá para ti, una persona tan frívola, le resulte la fecha idónea para merodear por las calles de esa manera. Disfrutas el frío, pues es el lugar donde te puedes mostrar tal como eres.
—Mi casa, como ya lo sabes, está a dos cuadras. Vamos, te ofreceré el calor de hogar, ese que tu cuerpo me pide a gritos — le dijo, mirándolo como a un perro callejero, pero con unos ojos que le hacían recordar la pasión pasada. Sabía que esto no iba a acabar bien, mas cuando pudo recobrarse del éxtasis, ya estaba siendo jalado del brazo por su niña mala.